Como acontece cada año para estas fechas,
corre mucha tinta de quienes meditan sobre una población istmeña que está
nimbada de glorias. En efecto, la Villa de Los Santos, porque de ella se trata,
ha crecido escoltada por dos cerros, el Juan Díaz al norte y El Barco, al sur. Emplazada sobre la sabana antropógena, la
llanería se prolonga en dirección a Guararé y Las Tablas, mientras al otro lado
del río Cubitá, desde el período Colonial, resplandece Parita, la hermana que
también le acompaña desde el Siglo XVI.
Al visitarla hay magia en esa torre que
desde la distancia pregona la presencia del dieciochesco templo a San Atanasio,
hegemonía religiosa que se disputa con otro santo patrón, San Agustín. En
cambio, al lado de la arquitectura religiosa colonial, la plaza muestra al
visitante la efigie de Bolívar, mientras el parque mira atentamente el Museo de
la Nacionalidad. Las dos viejas calles que describiera el obispo Rubio y Auñón
siguen tendidas “como hacia la mar”.
Hay mucha historia en este añejo pueblo
colonial que no puede ser reducido únicamente a la conmemoración del 10 de
noviembre de 1821, por más significativa que sea la fecha del Grito Libertario.
La Villa es el 10, pero también luce otras facetas que al valorarlas se
comprende a plenitud por qué el poblado fue la sede de ese histórico hito
independentista.
En otro momento he señalado que la
tierra de la mítica Rufina es la capital histórica de Azuero. Ella fue el centro del poder político,
económico, social y religioso de la península de Azuero en un período que
comprende casi cuatrocientos años de existencia. Cuatro centurias llenas de
historias cuyo aporte peninsular ha marcado el caminar de una región cuyas
ejecutorias ha dado lustre a la nación.
A la entrada del poblado la bandera
azul, amarillo y roja recuerda al visitante cómo su historia estuvo ligada a
los movimientos de emancipación bolivariana. Esa enseña pregona el sano orgullo
del pueblo de quien dijera El Libertador que era la “Heroica Ciudad”. Incluso
la fundación poblacional, el 1 de noviembre de 1569, es un acto de rebeldía de
quienes tempranamente deciden fijar el destino sin autorización de la corona
española.
La Villa fue protagonista de los
conflictos azuereños entre liberales y conservadores que asolaron la región a
mediados del siglo XIX, época cuando don Pedro Goytía Meléndez se erige en
adalid de grupos de campesinos que protestan por la introducción de impuestos.
En este sentido será sede del conservadurismo peninsular, al mismo tiempo que germen
del liberalismo que propicia la ruptura de añejas y coloniales estructuras de
dominación social.
Y ya en la vigésima centuria, al
producirse la separación de Panamá de Colombia, los munícipes, el 9 de
noviembre de 1903, se adhieren a la gesta que propicia el nacimiento de la
nueva república. Sí, hay mucho por contar, porque el centro urbano de La Villa
también supo del caminar del doctor Francisco Samaniego, ese santeño luminoso
que forjó junto a una pléyade de coterráneos la Federación de Sociedades
Santeñas, al comprender tempranamente el papel revolucionario de la
organización popular.
La historia peninsular tiene en la Villa
de Los Santos a su más grande gema y en el 10 de noviembre de 1821 la cúspide
de esa grandeza. Allí, en la antigua plaza, entre las viejas callejuelas y
vetustas edificaciones, se ha forjado parte de la historia de un pueblo que ha
sido vocero de libertad y emblema de santeñismo, entendido éste como orgullo
patrio y valladar contra la deformación de la identidad cultural. Vital esta
villa histórica, a quien los santeños debemos incluso el gentilicio.
....mpr.....
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